
El Barça-Madrid del próximo 24 de octubre, primer clásico que se disputará en plena pandemia, se jugará sin público en el Camp Nou. Extraño. Muy extraño. Pero es que, además, los aficionados que vivan en Catalunya tampoco podrán seguirlo, como es tradicional, en su bar habitual. Porque la Generalitat acordó ayer el cierre de toda la restauración durante 15 días para intentar frenar la curva de contagios por coronavirus. Encima, los afortunados que tengan plataforma de pago en casa no podrán invitar a más de cinco amigos a verlo por televisión porque sigue vigente la prohibición de reuniones de más de seis personas en todo el territorio.
Será, sin duda, el clásico más triste de la historia. Porque se disputa en unas circunstancias terribles para todos. Inmersos, como estamos, en esa lucha sin cuartel contra ese enemigo invisible llamado Covid-19. Una lucha que ya se ha cobrado más de 33.000 víctimas en España y ha provocado más de un millón de muertes en todo el mundo.
Preocuparnos por un partido de fútbol, en esta situación, puede parecer ridículo. Incluso ofensivo. Aunque sea un trepidante Barça-Madrid. Pero precisamente que un encuentro tan trascendental como el clásico se dispute sin público en el campo ni aficionados en los bares es el mejor y triste ejemplo de esta nueva normalidad que nos ha tocado vivir (o mejor, dicho, sufrir), en la que ya nada es lo que era hace solo siete meses.
Y, lo peor de todo, es que resulta difícil vislumbrar el final de esta crisis, porque ya no es solo una crisis sanitaria, sino también económica y hasta social. Es, de hecho, una crisis humanitaria. Sin precedentes. Y sin soluciones. Más allá de esas vacunas que no llegan. No es de extrañar, pues, que una horrible sensación de pesadumbre y tristeza lo embargue absolutamente todo. Y así se antoja imposible disfrutar de nada. Ni siquiera de un clásico.